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lunes, 8 de noviembre de 2010

¿Quién tiene la culpa de que no salgan árbitros? ¡¡Nosotros!!

Es un clásico que continuamente nos quejemos del nivel arbitral a todos los niveles y, en las categorías inferiores, incluso de que no tengamos suficientes árbitros como para sacar adelante determinadas competiciones. Así, este año en la categoría Alevín de Murcia sólo los equipos del grupo especial (donde a priori están los mejores equipos) tendrán el privilegio de contar con árbitros federados, y sólo a medias, pues para eso tendrán que realizar los partidos en el formato de concentración y con árbitros jóvenes en prácticas. Los otros cinco grupos de alevín ni eso tendremos.

En la reunión que tuvimos el pasado martes para la confección de los grupos y sistema de competición alevín salió el tema, y alguno que otro se quejaba de la falta de árbitros y de que se tuviera que sacar adelante los partidos gracias a voluntarios (padres, amigos y jugadores del club de turno) que harían de mesa y árbitros. Pero el problema es el que es: no hay suficientes árbitros. Y punto. Y como no hay árbitros y no se les puede poner a pitar más partidos (algunos parece que los fines de semana se lo pasan de gira por la Región de Murcia para poder sacar las jornadas) pues poco se puede hacer a fecha de hoy.

Sin embargo, sí puede ser bueno pararse a pensar qué se puede hacer de cara al futuro, para que haya más árbitros, para que podamos tener árbitros en todas las categorías y para que ante la competencia y gran número de árbitros pueda subir el nivel general del arbitraje, ya sea por criba o por incentivos, cosa que ahora es imposible.

Bien, el problema es que entran pocos jóvenes a querer pitar y una parte de los que entran se lo dejan muy pronto. Vamos, que el ser árbitro no resulta atractivo a los jóvenes de hoy ¿Y eso porqué?.

Primera respuesta: el arbitraje en sí es una labor poco atractiva per se. De acuerdo, pero eso ha pasado siempre y más o menos había suficientes árbitros para funcionar.

Segunda respuesta: porque el ambiente con el que se tropiezan no es demasiado agradable. Y ahí es donde entra nuestra responsabilidad, y hablo de entrenadores, padres y público en general. ¿Le gustaría a vd. que a su hijo de 16 años le insultaran y le mentaran la madre por las buenas cada dos por tres y que incluso le amenazaran con agresión, cuando no realmente se consumara ésta?. No, claro. Evidentemente. Pues los árbitros también son personas como otra cualquiera, y si con 15 años te pones a pitar por primera vez y lo primero que oyes es a un energúmeno ciscándose en tus muertos más frescos, pues qué quieren que les diga, a mí también se me pasarían las ganas de pitar y perfectamente podría decir ese mismo día, el de mi primer y último partido como árbitro algo como "que pite la puñetera madre de ese que se ciscaba en mis muertos más frescos".

Es tan sencillo como eso. A medio plazo como grupo solemos tener lo que nos merecemos, y recibir el pago de nuestros actos.

Si nuestros actos como entrenadores son protestar, presionar y acosar a los árbitros estaremos generando un mal ambiente para los árbitros, pero lo peor es el efecto bola de nieve. Los críos son esponjas que tienden a imitarnos en todo lo que son capaces, y si nos ven protestando continuamente a los árbitros pensarán que eso es consustancial al juego y harán lo mismo, y exactamente con los padres. Vaya, los padres.

En esto del baloncesto de formación hay de todo en lo que a padres se refiere. Los hay que son un encanto y se limitan a animar a los suyos sin grandes alaracas, sin hacer grandes distingos entre su hijo y los demás, sin agobiar a su hijo para que haga tal o cual cosa, que se muestran siempre conciliadores cuando hay algún amago de polémica y que incluso terminan colaborando en tareas no demasiado agradables como ayudar en la logística de los partidos, pitando o haciendo de mesa. Otros padres se calientan más y de vez en cuando sueltan alguna lindeza respecto al contrario o los árbitros, y otros son algunos energúmenos que no hacen nada de bien ni al baloncesto, ni a los que les rodean y mucho menos a sus hijos, que desde insultar al árbitro o presionar a su hijo para que haga determinada cosa en el juego (normalmente contraria a la que le habrá indicado el entrenador) llegan incluso a meterse con los compañeros o el entrenador y hacen que ése primer grupo de padres prefiera irse a una discreta esquina dónde no se le vea junto a éstos, y que incluso terminan perdiendo el interés de acudir a los partidos o de que si chaval practique baloncesto.

Pero no todo energúmeno nace. La mayoría se hace. Y ahí vuelvo a la responsabilidad de los entrenadores como formadores y responsables de un grupo de chavales. No espero que los entrenadores nos dediquemos a aleccionar a los padres en modales y buenas formas (que ya son mayorcitos para eso), pero no estaría de más dar de vez en cuando algún consejo, algún toque o incluso puntualmente alguna reprimenda pública a alguno de los que se ha situado en el lado oscuro del ámbito paternal.

La clave está en la siembra. Antes de llegar a tener que reconducir conductas creo que tendremos hecha buena parte del trabajo si predicamos con el ejemplo. Si inculcamos buenos valores en los críos (porque los valores los hay buenos y malos, y algunos inculcan valores no demasiado buenos), y nosotros los entrenadores nos mantenemos serenos y conciliadores en los partidos será mucho más fácil que los padres no terminen en el lado oscuro.

Y cuanto menos entrenador y padre esté en el lado oscuro más fácil será que en los partidos haya buen ambiente, todos se diviertan, incluídos los que pierden, a los árbitros se les agradezca su trabajo y voluntad didáctica con los ñiños y, con esa actitud positiva, no sólo los que hay no se lo dejen, sino que algún crío de la grada que no tiene la habilidad mínima para poder jugar con algo de solvencia sienta ganas de contribuir en ese trabajo didáctico con los críos y decida apuntarse a un curso de arbitraje.

En resumen, se recoge lo que se siembra. Así que mejor que sembremos cosas positivas. Por Juan Carlos García Gómez de Baskemaníaco.

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